Las historias patrias son fábricas donde se incuban y expanden doctrinas e ideas (mejor ideologías), que actúan como legitimadoras y propaganda de las empresas generadas por uno de los bandos en conflicto, en este caso el de los vencedores. Como toda visión parcial, además de sacrificar una parte de la verdad (la del bando contrario), sólo es sostenible, en sus primeros años por, además de una brutal represión (la eliminación física o expulsión del contrario), una pedagogía estatal, neonata y artificial que se convierte en el discurso hegemónico, y que requiere de un acto fundacional la “constitución”, unos mitos “superar un pasado de aflicción, decadencia y opresión, y alcanzar la libertad, paz y prosperidad” y una simbología nacional: banderas, iconos, himnos y culto a los héroes.
Así que no está mal aflorar los sentimientos vivos, febriles y perpetuos hacia la patria, después de todo, estos sentires y pasiones son inseparables de la condición humana, pese a que hoy nos llegan de manera deformada, pues tomando el concepto desde sus orígenes más puros, elevados y nobles, encontramos que “patria” proviene de pater familias, que es quien, entre otras cosas, ejerce la patria potestas, y de donde se derivan otros términos como los de patriarca, patrón, patrocinio o patriota.
También es un desacierto valerse de estos sentimientos inalienables, elevados y nobles, naturales a todos los hijos agradecidos del lar paterno y terruño: la “patria chica”, para, de manera artificiosa, vender un relato parcial y contrapuesto a la realidad.
De manera que, ante el sacrificio la de la verdad, es también obligación prevenir y desmitificar esas mentiras colectivas, llamadas “historias patrias”, construidas para justificar el accionar de un grupo que se abrogó el derecho a poseer la verdad. Me fuerzan a ello, las opiniones contradictorias que cada 20 de julio se producen sobre un “grito de Independencia” que nunca existió, al menos en esta fecha, y que los investigadores poco han hecho por esclarecerlo.
La Independencia, tal como la conocemos hoy, se fragua en ciudades de otras latitudes, entre las que podemos mencionar: Londres, Jamaica, Ámsterdam, París, Bruselas, Hannover, Nueva Orleans y Baltimore. Con estos centros de poder los criollos generaron una relación de interdependencia, mediada por intereses como el comercio y la explotación de recursos a gran escala. Esta relación, es por la que precisamente no se les puede considerar, a estos criollos, prohombres o patriotas, pues actuaron de forma contraria y dejaron expuesto el lar paterno a los intereses del invasor extranjero.
Desde los mencionados centros de poder se aprovechó el proceso de deterioro de la soberanía de la monarquía Borbón en Suramérica, que se produjo en 1808 cuando los franceses, que habían invadido la Península, obligaron a abdicar a esta casa dinástica en el usurpador y extranjero José Bonaparte.
Se crearon entonces en la Península órganos de gobierno "juntas autonómicas" con el objetivo de resistir el embate de los invasores franceses, expulsarlos, mantener y posteriormente restaurar los poderes y soberanía de la corona. Algunas de ellas, como la Junta Central Superior, establecida primero en Aranjuez y después en Sevilla, se abrogaron el derecho a ser cabezas del gobierno expedito.
Cuando estas noticias llegan a América, las provincias reaccionan de la misma forma, formando Juntas autonómicas, representantes de los derechos a gobernar de la casa Borbón, y se llamaban así porque reasumían los poderes del gobierno, no por perseguir una atomización de autonomías. De manera que en Santa Fe y en el resto de las provincias suramericanas reaccionaron de la misma manera que las españolas frente a la ocupación francesa: en defensa de sus intereses, contra las potencias extranjeras y como garantistas de la soberanía de Fernando VII. No fue, de ninguna manera, un grito de Independencia, ni menos una sublevación contra la monarquía.
Tomando un fragmento del libro Ricaurte, J. (2019). “Hasta los gallinazos tienen rey". Guerrillas armadas y otras formas de resistencia contrarevolucionaria en la provincia de Antioquia (1813-1830). Medellín, Colombia: IDEA. encontramos lo siguiente en referencia a la forma en que fue tomada en las provincias americanas la invasión de Napoleón a España.
“La llegada de estas noticias al continente americano causó más desconcierto, confirmó la convicción de que la “patria estaba perdida” , y provocó el segundo movimiento juntero, ante una nueva situación de deslegitimidad de las autoridades nombradas o confirmadas por la Central y la necesidad de asegurar la independencia y supervivencia del territorio ante eventuales amenazas exteriores. Sin embargo, a partir de aquí –primavera – verano de 1810 – la situación política evolucionó de manera diferente según los territorios. Mientras en la ciudad de México y en Lima, al amparo de su situación menos vulnerable a un posible ataque exterior y con un predominio claro de los peninsulares entre sus élites, el poder virreinal se mantuvo intacto, en el resto de los territorios se produjo una fuerte división. En las capitales principales, las élites criollas, a partir de la doctrina de la reversión de la soberanía a los pueblos –propia de la tradición histórico-jurídica hispánica– y mediante la convocatoria de cabildos abiertos, desplazaron a las autoridades españolas y constituyeron juntas autónomas de gobierno en nombre de Fernando VII que convocaron a las provincias a un congreso nacional, es decir, actuaron exactamente igual que la Junta de Regencia, a la que rechazaron por haberse establecido sin su consentimiento. Como afirma Guerra, las juntas no se constituyeron “por oposición al régimen monárquico sino, ante todo, en relación con el vacío de poder provocado por la desaparición del rey, y luego, de la Junta Central”. O, como lo afirma Clement Thibaud, “…estas primeras juntas dieron muestra de una lealtad monárquica ejemplar. En 1810, la cuestión no era la búsqueda de la independencia, sino la autonomía y el autogobierno, aspiraciones fuertes y violentas que por fin se alcanzaban”.
Entre las ciudades que proclamaron juntas autonómicas en América en 1810 están, según su orden cronológico: Caracas (19 de abril), Cartagena (22 de mayo) y Buenos Aires (25 de mayo); Santiago de Cali (3 de julio), Santafé de Bogotá (20 de julio) y Santiago de Chile (18 de septiembre). Pero algunas capitales provinciales –Coro y Maracaibo en Venezuela; Santa Marta y Popayán en Nueva Granada; Guayaquil, Concepción, Córdoba del Tucumán, Montevideo, etc. – no aceptaron la llamada de aquellas juntas y reconocieron a la Regencia. Esta, por su parte, declaró en rebeldía a las primeras y decidió apoyar militarmente a las que permanecieron fieles, un apoyo que en realidad se limitó al enviado desde el Caribe a la costa venezolana. A lo largo de 1810 y 1811, aquellas juntas autónomas, por el propio impulso de la decisión inicial, unido a la reacción de la Regencia y –como decía la junta de Caracas en abril de 1811–, ante la necesidad de asegurar su supervivencia y el control del territorio, declararon la separación de España y, por tanto, las primeras independencias, aunque algunas todavía reconociendo a Fernando VII “siempre que venga a reinar entre nosotros”, como decía la de Santa Fe de Bogotá”.
Después de estos sucesos el proceso de crisis política y social toma un giro inesperado, el más radical alimentado siempre por las potencias extranjeras que querían tener un mayor protagonismo sobre el territorio. Al final los americanos pasamos de ser unos territorios autónomos y con una economía cuyo epicentro internacional era nuestro Caribe español a unos territorios periféricos, sitios de extracción de recursos e interdependientes con el capital financiero internacional. Como se indica en el libro Ricaurte, J. (2019). La dimensión internacional en la Guerra de la Independencia de Colombia (1814-1824). Potencias, capitalistas y mercenarios trasatlánticos. Medellín: Fondo Editorial ITM.
"Es bajo este marco que se presentan las primeras deudas internacionales contraídas por la unión colombiana con las casas comerciales, bancos y sociedades de negocios capaces de movilizar grandes capitales y recursos para la guerra, pero también se contrajeron obligaciones con algunos individuos entre inversores, comerciantes y negociante, quienes igualmente aportaron grandes caudales.
La incursión en la dinámica de endeudamiento, que tiene sus orígenes en la crisis fiscal que devino a raíz del desgaste económico que sufrieron las ex-provincias españolas a causa de las guerras de emancipación, fue la que supeditó a las nacientes naciones al capital internacional. Si bien las independencias actuaron como un factor liberalizador, por cuanto fueron capaces de trasformar el sistema político y fiscal derivado del antiguo régimen, también se convirtieron en un medio de precarización económica e interdependencia hacia el capital privado internacional.
Pero los únicos beneficiados no fueron los capitalistas, sino que también resultaron favorecidos los intereses de las potencias internacionales, ya que lograron sacar al Imperio Español del escenario internacional y consolidaron su dominio sobre el Eje Atlántico, por lo que es posible que esta maniobra se hubiera llevado a cabo en una acción combinada entre el capital internacional y los estados o potencias mundiales".
Autor: John Ricaurte
La Historia Oculta de Antioquia