Como
fruto del contacto, interacción y fusión del mundo europeo con el aborigen, en
un proceso de miscegenación que se extendió por más de 300 años, América se
convirtió, en términos de Vasconcelos, en el continente síntesis: una suerte de
ecúmene universal destinada a absorber en armonía y fraternidad la esencia,
alma, imaginación, carácter y personalidad de las distintas razas del mundo[1].
En
América coexistieron todas estas realidades étnicas, culturales, raciales y
lingüísticas dentro de una misma estructura estatal, caracterizada por su
diversidad social, orden jurídico plural y tradición pactista. La misma que
actuó como garantía de derechos y respeto de los fueros de las distintas
comunidades políticas. Se trata de una especie de orden civilizador que en su
devenir histórico logró extender sus dominios en distintas latitudes del globo
y conexionar pueblos, castas, religiones, idiosincrasias y cosmovisiones
disímiles.
Sin
duda, los indígenas constituían uno de los estamentos más importantes dentro
del sistema político, administrativo y social implantado en América por los
españoles. En parte, gracias a su carácter ancestral (pueblos originarios) y
estatus de protección que brindó la Corona y las instituciones virreinales a
aquellas naciones con las que sellaron alianzas, convenios de cooperación y
relaciones de vasallaje [2]. Ello
explicaría por qué los indios fueron uno de los grupos sociales que
mayoritariamente se movilizó en defensa del rey, precisamente, por la intención
de mantener sus privilegios, pactos, leyes y gobernanza.
Pese
a que el fenómeno del realismo indígena se puede evidenciar en la documentación
de la época, la historiografía hizo lo posible por ignorar a este sector
poblacional dentro del bloque monárquico. Solo se mencionaron los casos de las
provincias de Popayán, Cauca y Santa Marta casi que como los únicos sitios
donde hubo oposición, resistencia y enfrentamiento indígena contra la República
y su ímpetu reformador. Aunque hay que anotar que en la mayoría de estos
trabajos argumentaron que el realismo nativo se debió a que habían sido engañados
por los españoles (corregidores, encomenderos, autoridades eclesiásticas y
funcionarios), siendo su decisión propia de un pueblo atrasado, ingenuo,
ignorante, tradicionalista, supersticioso, sin educación y resistente al cambio[3].
Poco
se conoce sobre el contexto de la lucha contrarrevolucionaria indígena en otras
provincias del virreinato neogranadino (de recién creación en el siglo XVIII), apenas
existen trabajos que mencionan su presencia y actuación. En el caso particular
de la provincia de Antioquia, es posible que uno de los factores que influyó en
la invisibilidad de este sector fue la existencia de una narrativa imprecisa,
pero bien instalada, que indicó que los antioqueños abrazaron en masa la idea
de Independencia. Discurso que sin embargo, tiende a cambiar con la existencia
de nuevos trabajos y formas de abordar las fuentes y documentos[4].
Lo
cierto es que este fenómeno (el realismo indio) fue endémico en el territorio,
toda vez que la revolución liberal colisionó contra los intereses de este
sector tradicionalmente amparado por la monarquía hispánica. De ahí que su principal
interés fue mantener el sistema histórico, corporativista y comunal indiano donde
tenían posibilidades de conservar su autonomía, jerarquía social, identidad,
etnicidad y cohesión. Todo ello, refrendado por una garantía de derechos
representados en una legislación corporal llamada Leyes de Indias, que
dio cobijo a este colectivo en un régimen de protección singular y único[5].
A
su vez, las nuevas leyes trajeron nociones radicalmente opuestas a su sistema y
creencias: en particular, los principios de igualdad, ciudadanía, individuo y
propiedad privada. Sobre éste último, es necesario anotar que sus tierras
ancestrales, que representaba para ellos un sustento y forma de vida, fueron
repartidas, enajenadas y vendidas. Además, se les autorizó convertirse en propietarios, pero restringiendo la posibilidad de venta
de sus posesiones por espacio de ocho años, hasta que “aprendieran a
apreciarlas”. Esto demolía radicalmente la visión gregaria, simbólica y
cultural que mantenían en asuntos como la tenencia, explotación y negociación
del suelo dado que para ellos la tierra era un derecho hereditario, comunal e
inalienable.
También
es cierto que la abolición de los resguardos impactó negativamente el sistema
fiscal indígena pues, aunque fueron exentos de algunos impuestos del régimen antiguo,
se les aplicaron nuevas cargas impositivas (de tipo liberal) y permanentemente se
les solicitó contribuciones en
alimentos, ropas y alojamiento para las tropas independentistas. Además, los tributos
destinados a la Iglesia como fiestas, procesiones, octavarios, aguinaldos y
funerales se
dejaron a voluntad, pero se generaron otros gravámenes de tipo religioso como
los casamientos, entierros e impuestos anuales de primicias y novenos.
De otro lado, a los solteros entre 18 y 45 años se les obligó a
prestar el servicio militar y realizar trabajos forzados, se les dio la
potestad de escoger profesiones liberales y la autorización de casarse
libremente –incluso celebrar matrimonios interraciales–. Con el ánimo de que absorbieran
la pedagogía republicana (estar prestos al cambio), se ordenó construir
escuelas, instando a las comunidades religiosas y jueces de la República a
contribuir con su educación (en agricultura y minería) y ayudarlos a abandonar
“vicios” como el alcoholismo y la vagancia.
Conjuntamente,
el nuevo régimen atentó contra su cosmovisión, organización estamental, concepción
étnico-territorial y estructura social: en un sistema que creía plenamente en
la existencia de un orden diferenciado por castas, jerarquías y roles[6].
Por ejemplo, su autoridad estaba representada por el gobernador de indios, los alcaldes
y alguaciles, cargos que, aunque símiles a los de los municipios o
ayuntamientos de “blancos”, tenían particularidades como la potestad de impartir
la justicia local.
Igualmente,
la supresión de los curas doctrineros, corregidores y protectores impactó
negativamente sus comunidades dado que para relacionarse con la jurisprudencia de
los “blancos”, sea de la adscripción territorial a la que pertenecían o del
Estado, precisaban de estos actores intermediarios[7]. De manera que
estos cambios introducidos por la modernidad, fueron duramente cuestionadas por
las comunidades indígenas ya que representaba un cambio incierto que amenazaba con
abolir los resguardos, suprimir los tributos, vender sus tierras y condenarlos
a la ebriedad, holgazanería y demás vicios que les fueron atribuidos[8].
Por
lo anterior, no fue extraño que los indios tomaran las armas para defender sus
privilegios y derechos cuando éstos se vieron amenazados. Se trataba de escoger
entre apoyar a una monarquía paternalista, garantista y pactista que básicamente
legislaba en su favor o la revolución representada en la ambición de los
criollos[9].
Este es el caso de Antioquia, provincia en la que algunos pueblos de indios dieron
muestras de afecto y gratitud hacia el rey bajo una resistencia simbólica, pero
también belicista como se verá a continuación.
Extracto tomado del libro de John Alejandro Ricaurte Cartagena titulado "Hasta los gallinazos tienen rey". Guerrillas contrarrevolucionarias en la provincia española de Antioquia (1813-1830).
[1] José Vasconcelos. La raza
cósmica: Misión de la raza iberoamericana. Editorial Verbum. 2021.
[2] Hay que reconocer que el paso europeo de la fase de poblamiento
antillana a la continental produjo relaciones de paz y de guerra con los
aborígenes, en una etapa de exploración y reconocimiento territorial que derivó
en un proceso de conquista y poblamiento de la masa continental americana. En
este periodo se encontraron con pueblos hostiles, territoriales y belicosos,
pero también con otros interesados en realizar tratados de amistad y comercio:
generalmente comunidades sometidas que querían salir de una relación de
dependencia frente a un sistema social, político y religioso adverso e injusto
a sus intereses.
[3] La historiografía muestra como si los españoles (corregidores,
doctrineros, comerciantes y gobernadores) hubieran engañado a los indios: una
población que se creía atrasada, tradicionalista y políticamente ignorante. Sin
embargo, existen otras visiones más equilibradas que muestran que los pueblos
originarios se levantaron contra la República por diversos motivos e intereses.
[4] En ellos se observan individuos, familias y otros colectivos
sociales como el caso de los indígenas, campesinos y esclavos luchando hasta el
último momento por la restitución de los derechos, privilegios estamentales y
fueros otorgados por el rey.
[5] Desde inicios la real audiencia tenían como uno de sus principales
deberes la protección de los indios, por ello, la República liberal
representaba para estos sectores tradicionalistas un choque contra sus
intereses colectivos, pues habían sido amparados y protegidos por la corona, y
tenían una legislación especial (Leyes de Indias) donde se reglamentaron
garantías como el tributo, trabajo de ocho horas, descanso semanal y
vacaciones, entre otros..
[6] El sistema español lo que hizo fue reproducir esas mismas
sociedades y mantenerlas dentro de sus ámbitos naturales, ofreciendo garantías
de derechos en sus sistemas de legislación.
[7] El cura doctrinero es el encargado del cuidado, evangelización,
educación, vestido y proveer todo en cuanto a su bienestar material y
espiritual. Por su parte, el corregidor de indios es la persona que se encarga
de representarlo en la legislación común “los blancos” en los pleitos o
juicios, pero también procura por su bienestar, evangelización y seguridad. Por
ejemplo, mediaban ante el caso de algún abuso o queja del cura doctrinero o de
algún blanco que se apropie de un terreno que pertenece a la comunidad.
Finalmente, el protector de los naturales es una especie de procurador, es un
funcionario público destinado también a preservar y defender los derechos y
fueros de las comunidades indígenas.
[8] Estaba en juego el sistema de gobierno garantista frente a un
sistema liberal que muchos no entendían, en particular las atribuciones
abstractas que solo circulan en un sector minoritario de la población, por
ejemplo, quienes habían estudiado y podían comprender todos estos conceptos de
la ilustración. Por el contrario, en las zonas rurales, donde predominaban los
mestizos, esclavos e indios dedicados a la minería, mazamorreo y agricultura el
apoyo al rey fue mayor. Jaime SIERRA GARCÍA, “Independencia de Antioquia…”, p.
92.
[9] Por esto se observa la presencia de pueblos originarios en las filas del ejército realista desde inicios de la revolución. Pero también, pueblos como los Matuna, Mamatoco, Bonda, Chita, Inzá, Guajira, Pasto, Ciénaga, Gaira, Natagaima, Tópaga, Paniquitá, Quillacingas y Totoró, se destacaron como los principales contribuyentes en donativos, abastos y pertrechos para sostener la resistencia realista.
Muy interesante 👍
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