Antioquia un lugar maravilloso

Antioquia, tierra mágica y generosa ubicada estratégicamente en la esquina nor-occidental suramericana, llena de historias asombrosas y gente admirable.

jueves, 10 de octubre de 2024

De la Isla a la Montaña Esmeralda

Al amanecer del 30 de enero de 1819 el buque Indian, bajo el mando del irlandés Cnel. Skeenen, naufragó en Francia con 780 aventureros embarcados en Dublín, Cork y Galway, contratados como auxiliares para luchar en las guerras de independencia suramericanas. Se trata de un momento dramático, donde los sobrevivientes intentan salvar sus vidas y lo que queda de su carga y pertenencias.

De quienes se salvaron, la mayoría desertó. Solo una porción decidió enrolarse nuevamente en el ejército expedicionario. Muchos marcharon convencidos de que luchaban por una causa justa, contra el absolutismo monárquico; otros vieron en los hechos una mala señal de lo que les esperaría en tierras lejanas, peleando una guerra ajena, según dicen, promovida por políticos y capitalistas del Parliament, en clara alusión a la casa Mackintosh que armó algunos de estos ejércitos privados.

John O’Brien, oriundo de Wicklow, es uno de los decididos a marchar pues la paga prometida en la oficina de reclutamiento le permitiría enviar dinero a su familia. Aunque también fantaseaba con lograr un ascenso militar; casarse, hacer fortuna en las minas de oro, tener un negocio, cultivar la tierra o hacerse con una propiedad. Especialmente, quería encontrar aventuras y por eso se enlistó en otra expedición rumbo a Tierra Firme: se trata de un ejército de legionarios, bien apertrechados y armados (con cuadros de caballería, infantería, rifles y naves artilladas).

En su diario narró día a día los periplos por los que pasó en ésta, su aventura americana, en su orden: desembarco a Guyana, reparto en compañías, cruce del Orinoco, integración a la Legión Irlandesa, campaña de Riohacha, deserción de la Legión, campaña del Sur, batalla de Bomboná y Ayacucho, licencia, carta de retiro y de naturaleza, y su último capítulo titulado La Montaña Esmeralda.

Podríamos hablar de las aventuras y actuación de un oficial irlandés en la Independencia suramericana; de sus compañeros caídos, los motivos de insubordinación de la Legión Irlandesa y su traslado a las Antillas y Canadá; de quiénes continuaron luchando, de cómo integró los batallones Albión y Rifles. ¡En fin! Ello daría para una historia voluminosa, concienzuda y densa, aunque corta comparada con su precario, íntimo y modesto diario. En vez, iniciaremos por el final del relato, explicando cómo y por qué se quedó para siempre en la Montaña Esmeralda.

Todo comenzó en Ayacucho cuando se le acercó un joven antioqueño herido, empeñado en no despedirse de este mundo hasta tener el último adiós de su madre y una cristiana sepultura. Ante su insistencia, y para que pudiese descansar en paz, el compasivo irlandés prometió enviar a su madre, doña María Aristizábal, la encomienda: una melancólica carta, monedas de oro y una figurita de la virgen de la Candelaria.

El acto le recordaba a muchos de sus paisanos que vio caer en batalla. Sus familiares no recibirían noticias pues la mayoría serían quemados y enterrados en fosas. Y aunque no sabía dónde quedaba Antioquia y cuánto tendría que cabalgar para llegar hasta allí, emprendió la marcha aprovechando el retorno del Batallón Rifles al Norte. Pasó la cordillera, se embarcó en Guayaquil e hizo el trayecto hasta Panamá donde atravesó el corazón de la selva del Darién, cruzó el Atrato y se internó hasta lo profundo de la provincia pasando por Urrao, Betulia, Bolombolo, Titiribí y Medellín.

En esta última, un ingeniero irlandés, O´Fallan, le ofreció trabajo en las minas de Marmato y Supía, en la Western Andes Mining Company Ltd. (sur de Antioquia). En este lugar laboró hasta que conoció a Luisa Arenas, se casó, tuvo dilatada descendencia y se fue a vivir a Medellín. En 1830 conoció a Tyrell Moore y se fue a trabajar con el minero y empresario en el Norte de Antioquia: Santa Rosa, Anorí y Amalfi.

Sobre si cumplió su promesa de entregar la carta, oro y virgencita de la Candelaria tallada, se puede decir que por mucho tiempo intentó buscar a la angustiada madre, basado en los rasgos físicos, nombre, apellido y dirección, pero nadie supo dar razón de ella. En 1833, cuando estaba a punto de desistir, escuchó de un arriero la desgarradora historia de una anciana de Santa Rosa que había perdido a su hijo menor en la guerra del Sur.

Él había oído el relato personalmente del científico Boussingault que pasó por Rionegro, Medellín y Santa Rosa una década atrás y se hospedó en la casa de doña María. Decía el arriero: —Ella le preguntaba insistentemente por la suerte de su hijo, pidiéndole llevarle una bolsa de granos de oro; pero el francés sabía que todo el batallón de antioqueños había ofrendado su vida en las campañas del Sur.

El arriero le proporcionó la información para encontrar a doña María, quien se había mudado a Medellín hace algunos años. Inmediatamente, O’Brien fue en su búsqueda, siendo el encuentro muy especial. Además de entregar el encargo, dio la ubicación del cementerio donde pagó para darle cristiana sepultura al joven, incluso los acompañó hasta el Perú a recuperar sus restos mortales y traerlos a casa.

Muy pronto se extendió por la región la historia del oficial irlandés que cruzó los Andes para cumplir la promesa de un moribundo soldado antioqueño. Ello, indubitablemente, borró la imagen negativa que pesaba sobre los irlandeses luego de que el funesto Ruper Hand, que estaba bajo el mando de sus paisanos: Gral. O´Leary, Cnel. Fergusson y cap. O´Caw, diera muerte al prócer de Antioquia José María Córdova.

Si preguntan por qué un irlandés llamó al último capítulo de su diario Vida en la Montaña Esmeralda, se debió a que, como todos saben, ambos territorios compiten en belleza, magia y verdor. Lo cierto es que O’Brien amó a su nueva familia y patria de acogida (Antioquia), tanto como la que dejó atrás, su natal Irlanda.

Autor: John Ricaurte

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