Antioquia un lugar maravilloso

Antioquia, tierra mágica y generosa ubicada estratégicamente en la esquina nor-occidental suramericana, llena de historias asombrosas y gente admirable.

miércoles, 23 de abril de 2025

El verdadero significado y origen del término "parva" en Antioquia en el marco del día del idioma

Hoy 23 de abril de 2025, día internacional del idioma español, la lengua materna más importante del mundo, con casi 600 millones de hablantes, superado solo por el chino mandarín (aunque ésta es una lengua no nativa en muchas regiones del país asiático). Por ello, conviene hacerle un homenaje desde la mágica y mítica tierra antioqueña, con algunas de las alocuciones léxicas que se han vuelto cotidianas en nuestro modo particular de hablar. 

En esta ocasión, se analizará el uso y apropiación del término "parva" que en Antioquia tiene tres acepciones principales. Una como sustantivo femenino de tipo gastronómico para designar el conjunto de alimentos de harina, normalmente que venden en las panaderías y reposterías. Otra forma que, aunque menos frecuente, se refiere a algo pequeño, menudo, insuficiente, exiguo, escueto, sucinto, tenue, etc. Y, finalmente, la tercera que se emplea para nombrar un grupo, montón o gavilla de cosas: una parva de gente o de haces de trigo. 

En los últimos años, por ignorancia o mala intención, han venido circulando teorías irreales y falaces que le han conferido al término "parva" un significado exótico, ajeno y foráneo. En primer lugar, se atribuye erradamente que, de todo el mundo de habla hispana, justamente la palabra se originó (o apareció) en la región de Antioquia, esquina norte de Suramérica; seguidamente, se ha dicho que tiene una raíz diferente a las lenguas derivadas del latín, proponiendo la descabellada idea de que se trata de un sustrato heredado de las tribus del desierto o del Oriente Medio; y para colmo, llegaron a afirmar que esta voz fue traída por supuestos individuos penitenciados por el Santo Oficio, quienes, presuntamente entraron a la región de forma soterrada o clandestina. 

Cualquiera de las anteriores hipótesis resulta inverosímil, artificiosa e infundiosa dado que las evidencias, registros, documentos y tradición oral así lo demuestran. 

Antes que nada, para desmentir todas estas fabulas basta con atender al hecho de que esta palabra no es exclusiva de esta parte del mundo (Antioquia), pues en la literatura hispanoamericana decimonónica se puede rastrear. Lo mismo en la Península ibérica, ya que básicamente hace parte del castellano y, más antiguamente, hunde sus raíces en el latín (y las lenguas romances). Mucho menos existe evidencia de que fuera traída al Nuevo Mundo por individuos perseguidos por la Santa Inquisición o algo parecido, de eso no hay fuentes ni literatura. 

Todas las anteriores teorías son falacias que alimentan la Leyenda Negra y por esta razón conviene combatir y erradicar: particularmente dado que esta palabra es tan nuestra como cualquiera de los modismos que usamos (no hace parte de un extranjerismo). De ahí que es menester definir bien todos los conceptos tejidos en torno a este vocablo para que no se propaguen ideas erróneas sobre nuestros orígenes, habla, costumbres e idiosincrasia.    

Sin mayor dilación, es posible encontrar que el término "parva" tiene raíces en la alocución latina parvus y su significado más simple es “pequeño”. Un ejemplo muy común en nuestro medio es que en la clasificación de los grupos etarios se utiliza la expresión párvulo en alocución a los más pequeños; en particular, en la educación preescolar hace referencia a la etapa de la primera infancia. Ello, se puede corroborar haciendo el ejercicio de consultar su significado en cualquier diccionario para encontrar lo siguiente: 

Párvulo: Pequeño (de corta edad). Aplicado a personas, usado más como sustantivo. 

De igual forma, se puede dilucidar que es antigua la acepción del término "parvus" como sustantivo de tipo agrario: definición que se encuentra documentada en las lenguas romances desde la baja Edad Media, en referencia al conjunto o montón de espigas de trigo depositadas en las eras de emparvar, algo común hasta mediados del siglo XX, antes de que se produjera la mecanización del campo. 


Su etimología no señala de ninguna manera un extranjerismo, por el contrario, es propia del idioma castellano, ya que proviene del romance "parva" y más anteriormente del latín parvus “pequeño” → parva. Ello se puede comprobar al tomar el Diccionario de la Lengua Española y encontrar que se trata de la forma femenina de "parvo", tomada del “refectio parva” para referirse a una pequeña porción de alimento. A su vez, la misma entrada está documenta en la 2.ª acepción sustantiva sobre la parvedad para referirse a una “corta porción de alimento” (lat. refectio parva). 

Es interesante la opinión de Joan Corominas, quien sugiere que el sustantivo podría tratarse de un relicto prerromano relativo a “montón o porción de cosecha”, emparentado con el sánscrito e iranio párvata- “montaña” y con un primitivo parvan- “bulto”. Es precisamente este sustantivo campesino o agrario el que designa este término como “montón de mies”. No por nada, en el Tesoro de los Diccionarios Históricos de la RAE aparece parva como “hacina” o montón de haces de trigo dispuesto en la era, tras la siega. 

Del mismo modo, los usos, extensiones y apropiaciones en España e Hispanoamérica son numerosos y diversos. En los registros dialectales de la propia Península ibérica se puede observar que el término ha sido empleado por diversas comunidades: en Murcia se conserva “parvá” (con acento) para definir “gran cantidad”, mientras que en Galicia y Portugal aparece “parva” con el sentido agrario del que se viene hablando. 

Igualmente, es interesante la incorporación panhispánica que tiene este vocablo. En Argentina “una parva de…” funciona como un coloquialismo enfatizador de cantidad. Curiosamente, ya desde el Diccionario de Autoridades (s. XVIII), este mismo término se había empelado metafóricamente para llamar a la “muchedumbre o cantidad grande”, de ahí que su uso sobrevive en expresiones coloquiales como “vino una parva de gente”.

A su vez, para los casos de Colombia, Costa Rica y Ecuador, el Diccionario de Americanismos (ASALE), consigna en su II.1.f. el término parva como un “conjunto de galletas, panes u otros comestibles de este tipo que se comen al desayuno o como acompañamiento de un café, chocolate o té”. En particular, esta forma se utiliza en la región de Antioquia con características similares como se verá a continuación. 



El uso del término "parva" en Antioquia

Recapitulando, hasta el momento se han definido tres formas específicas del uso y apropiación del sustantivo común parva: una para designar algo pequeño, otra para referirse al conjunto de cosas unidas o agregadas estrechamente y la tercera en una alocución relativa a la alimentación. 

Se podría afirmar que en el castellano peninsular se conserva mayormente el sentido agrario y metafórico del término, mientras que en el mundo hispanoamericano, y muy específicamente en Antioquia, adquirió una acepción gastronómica: rudimentos que nos llevan hasta su actual uso en referencia a una ración de productos de panadería y repostería que se toman al desayuno, merienda o como refrigerio.

En Antioquia y el Eje Cafetero mantiene su dominio la tercera morfología de la palabra, conservando así un sentido culinario, ya sea en referencia a una "pequeña porción" o montón de alimentos. Basados en lo anterior, encontramos que se usa: 1. para indicar la existencia de una variedad (montón) de productos de panadería y repostería: galletas, panes, almojábanas, buñuelos, pastelitos, etc. 2. para afirmar que estos géneros son de pequeño (párvulo) formato y que se consumen como aperitivo o colación. 

Ambas nociones tienen sus raíces en el latín refectio parva, pues con el paso del tiempo convivieron la expresión “montón de mies” y sus demás usos figurados, por ejemplo, “una parva de gente”, es decir, mucha gente. De esta forma, se conservó viva la noción ancestral, arcaica, castiza y muy española de “pequeña porción de alimento”, pero aplicada a un conjunto específico de elaboraciones culinarias, propias y particulares de la región.

De otro lado, es curioso que en la documentación producida en Antioquia durante la era de dominio español no se encuentran referencias a este término. Ello indica que la alimentación no estaba basada en el trigo, sino en el maíz, pero también que esta palabra se debió haber popularizado a finales del siglo XIX y principios del XX. Precisamente en la época en que se señala que las comunidades religiosas femeninas extranjeras difundieron el uso, apropiación y preparación de productos de repostería y panadería en la región. 

En el gran escritor antioqueño, Tomás Carrasquilla, por ejemplo, podemos observar el empleo y difusión del término. Por lo tanto, existe la posibilidad de que el escritor costumbrista haya institucionalizado este sustantivo común entre los parroquianos a inicios del siglo XX. Tal como se observa en uno de sus textos cuando dice: 

«Le traen el tazón de chocolate cercado de roscas de pandequeso, y a nosotros un bandejón de la tal parva y otro de "subido"»

A su vez, Carrasquilla pudo haber tomado esta alocución léxica del teatro español de finales del siglo XIX, periodo en el que se observa que este término era bastante referenciado con las acepciones que anteriormente se han mencionado. También pudieron haber sido las comunidades religiosas femeninas y masculinas españolas, que abundaron en aquel entonces en Medellín y Antioquia, quienes popularizaron el término entre sus feligreses, en los colegios donde enseñaron o entre las elites (intelectuales, culturales y económicas) que habituaron.

Por esta razón no se debe tomar con seriedad las informaciones que intentan conectar el término con otros contextos ajenos a nuestras lenguas romances. En especial, al castellano castizo, antiguo y pueblerino que se heredó y se habló en la provincia de Antioquia, como producto del aislamiento geográfico, la herencia hispánica y el poco contacto con la cultura cosmopolita que tuvo esta región.

En todo caso, la historia de la palabra parva es rica e ilustra cómo un término latino de sentido genérico (“pequeño”) y un sustantivo campesino convergieron en el castellano (desde épocas medievales) para aludir tanto a montones de mies como a porciones de alimento. Se trata de la misma diversidad de nuestro idioma español, que se hace evidente en la pervivencia de sus usos figurados, tanto en España como en América —y muy notablemente en Antioquia—, donde esta palabra tomó una especialización gastronómica. 

Todo ello nos habla de una riqueza, diversidad dialectal y adaptabilidad a diferentes contextos que presenta el léxico español.

sábado, 5 de abril de 2025

La dimensión internacional en las guerras de Independencia de Hispanoamérica

La dimensión internacional en las guerras de Independencia de Hispanoamérica se refiere al estudio y reconocimiento sobre el hecho de que la emancipación de los países americanos no fue un fenómeno exclusivamente local o interno, sino que estuvo profundamente influenciada por factores y actores internacionales. Tradicionalmente, la historiografía nacional se centró en una supuesta lucha interna contra el dominio español, abordando el fenómeno como si se tratara de un conflicto nacional –España vs. América– o uno de carácter doméstico –Guerra Civil–. Sin embargo, estudios recientes han puesto de manifiesto que el proceso independentista estuvo inmerso en el contexto de las revoluciones atlánticas y las disputas globales, en las cuales participaron las potencias extranjeras, los capitalistas internacionales y grupos de mercenarios extranjeros.
    El nuevo enfoque representa un avance historiográfico porque amplía la perspectiva y enriquece la interpretación del proceso emancipador. Entre sus principales aportes se destacan:

  1. Reconocimiento del papel de los actores internacionales: Se analiza cómo potencias europeas, banqueros y comerciantes internacionales no solo financiaron, sino que también influenciaron las estrategias militares y políticas de los insurgentes.
  2. Incorporación de los factores económicos y financieros: La guerra de independencia estuvo condicionada por el acceso al financiamiento y armamento provenientes del mercado internacional, lo que permitió sostener la lucha –ideológica y armada– y, a la vez, conectar el conflicto con las dinámicas del capitalismo trasatlántico.
  3. Estudio de la participación de mercenarios y capitalistas extranjeros: La intervención de grupos mercenarios y la acción de capitalistas internacionales agregan una dimensión transnacional a la guerra, evidenciando que la independencia fue parte de una red de relaciones globales, de intereses económicos e intervencionismo por parte de las potencias mundiales.
  4. Replanteamiento del proceso como parte de las revoluciones atlánticas: Este enfoque ubica a las independencias americanas en el marco de las grandes transformaciones políticas y económicas que se vivieron en el mundo Atlántico, lo cual permite compararla y relacionarla con otros movimientos revolucionarios ocurridos tanto en América como en Europa.
    Sin duda, uno de los trabajos pioneros en esta línea es el del historiador y doctor en Estudios Internacionales John Alejandro Ricaurte, cuyo libro titulado La dimensión internacional en la Guerra de la Independencia de Colombia (1814-1824). Potencias, capitalistas y mercenarios trasatlánticos, investigación iniciada en el 2008, presentada como tesis doctoral en el 2017 y publicada en el 2019, ha sido fundamental para demostrar que la independencia de este país suramericano fue también el resultado de intereses y estrategias que trascienden las fronteras nacionales. Este aporte rompe con la visión localista y enriquece el debate historiográfico al situar el proceso emancipador dentro de una dinámica global.
    Tradicionalmente, los estudios sobre la Guerra de Independencia en América Latina se han centrado en los procesos políticos, sociales y militares a nivel local o nacional. Sin embargo, según las investigaciones del doctor John Alejandro Ricaurte, la emancipación de Colombia –y, por extensión, de otros países de la región– posee un componente internacional de gran relevancia. Este enfoque rompe con la lectura exclusivamente localista del conflicto y evidencia que la lucha independentista fue, en realidad, el escenario de una compleja interrelación entre intereses geoestratégicos, económicos y militares a nivel transatlántico.
    En su obra, Ricaurte plantea que el proceso de independencia se configuró a partir de la convergencia de tres actores o dimensiones fundamentales: la actuación de potencias extranjeras, la influencia decisiva de los capitalistas internacionales –entre banqueros, financistas y comerciantes– y la participación activa de grupos mercenarios que cruzaron el Atlántico para luchar por una guerra que les era ajena.
    A continuación, se explorarán cada una de estas aristas para comprender en qué consiste, de manera integral, la dimensión internacional de la guerra de Independencia según este autor.


El papel de las potencias extranjeras y sus intereses geopolíticos y estratégicos

Una de las tesis centrales en la investigación de Ricaurte es que la emancipación de Colombia no fue un hecho aislado ni únicamente fruto de luchas internas, sino que estuvo imbuida en un contexto internacional en el que diversas potencias extranjeras tenían intereses estratégicos en la región.
    En la primera mitad del siglo XIX, las grandes potencias mundiales –especialmente Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Holanda– y otros actores internacionales miraban con interés la desintegración del Imperio español. La debilidad del poder hispano se transformó en una oportunidad para reconfigurar el mapa geopolítico y abrir nuevos canales para el comercio y la inversión.
    En este contexto, algunas potencias buscaron, de forma indirecta, favorecer el proceso emancipador para debilitar a España y, al mismo tiempo, asegurarse una posición ventajosa en el comercio transatlántico. Las políticas de estas naciones incluían no sólo la diplomacia y la presión económica, sino también la intervención encubierta en el suministro de armas y en la financiación de expediciones militares. Así, el apoyo –explícito o tácito– de estos países permitió que los insurgentes contaran con recursos que, de otra forma, habrían resultado escasos o inalcanzables.


Redes diplomáticas y acuerdos transatlánticos

La dimensión internacional también se manifiesta en la existencia de complejas redes diplomáticas y acuerdos comerciales que unían a los países hispanoamericanos con centros de poder en Europa y, en algunos casos, en América del Norte. Estas conexiones facilitaron el intercambio de información, tecnología y armamento, permitiendo a los insurgentes acceder a recursos esenciales para sostener su lucha. Ricaurte destaca que la intervención de estos actores extranjeros fue doble: por un lado, contribuyeron a la planificación y ejecución de la guerra; y por otro, buscaban reconfigurar el equilibrio de poder en el Atlántico para asegurar sus propias rutas comerciales y posiciones estratégicas.
    Con ejemplos como el anterior, el análisis de Ricaurte invita a replantear la interpretación de la guerra de Independencia como un conflicto meramente interno, reconociendo que el escenario transatlántico –con sus intercambios diplomáticos, militares y económicos– fue un factor determinante en el desenlace del proceso emancipador.


La influencia del capitalismo internacional y su capacidad de financiar y suministrar brazos para la guerra y armamento

Otro eje fundamental en el estudio del doctor Ricaurte es el papel del capitalismo internacional. Durante las guerras independentistas, el acceso a recursos financieros y logísticos era esencial para sostener campañas militares prolongadas. En este sentido, banqueros, financistas, casas comerciales y comerciantes particulares jugaron un rol decisivo al facilitar la adquisición de armamento, municiones, uniformes, y otros insumos necesarios para la guerra.
    La investigación de Ricaurte muestra que la financiación extranjera no era altruista ni estaba desprovista de intereses. Al contrario, los capitalistas internacionales veían en el proceso emancipador la oportunidad de obtener beneficios económicos, ya sea asegurándose el acceso a nuevos mercados, influyendo en la apertura de puertos o consolidando sus redes comerciales en una región que se encontraba en plena transformación. Así, la lucha por la independencia se transformó en un escenario en el que se libraba una batalla paralela: la competencia por el control del comercio trasatlántico y la influencia sobre los futuros estados emergentes.
    Este flujo de capital permitió no solo sostener a los ejércitos insurgentes, sino también consolidar un modelo económico que, a la postre, favoreció la integración de Colombia (y de otros países) al sistema capitalista mundial. La dimensión internacional en la guerra de Independencia subraya que el conflicto tuvo importantes repercusiones económicas que trascendieron las fronteras locales.


Intereses comerciales y reconfiguración del mercado internacional

La entrada de capital internacional en el conflicto trajo consigo cambios significativos en el panorama económico de la región. La necesidad de abastecer a los ejércitos revolucionarios impulsó la producción y el comercio de armas y otros insumos militares, creando nuevas oportunidades para los comerciantes internacionales. En muchos casos, estos intermediarios se beneficiaron de la volatilidad y la incertidumbre que generaba la guerra, estableciendo vínculos comerciales que perdurarían incluso después de concluido el conflicto.
    Además, al participar en el financiamiento de la independencia, los capitalistas internacionales contribuyeron a reconfigurar las relaciones de poder en la región, favoreciendo la consolidación de nuevas estructuras económicas y comerciales que facilitaron la inserción de los países emancipados en la economía global. En este sentido, el estudio de Ricaurte destaca que la dimensión internacional de la guerra de Independencia no puede entenderse sin reconocer el papel del capital y de las dinámicas comerciales transatlánticas.


La participación de mercenarios y actores militares foráneos

Uno de los aspectos que más ha despertado interés en la investigación de Ricaurte es la presencia y el papel de grupos mercenarios extranjeros durante la guerra de Independencia. En un conflicto que a menudo se ha idealizado como una lucha exclusivamente nacional, la participación de combatientes de diversas procedencias –europeos, norteamericanos, incluso antillanos– evidencia que la emancipación fue un proceso en el que la dimensión internacional se manifestó de manera tangible.
    Estos mercenarios, contratados o motivados por intereses personales y a menudo facilitados por las redes comerciales internacionales, se convirtieron en una pieza clave para dotar a los ejércitos insurgentes de una experiencia militar y de recursos humanos que, de otro modo, habrían sido limitados. La incorporación de estos combatientes no solo aportó habilidades tácticas y estratégicas, sino que también simbolizó la convergencia de diferentes tradiciones militares en un conflicto que trascendía las fronteras nacionales.


Organización, origen y objetivos de los grupos mercenarios

Según el análisis del doctor Ricaurte, los grupos mercenarios se organizaron en cuerpos que, en muchos casos, tenían estructuras jerárquicas y operativas nacionales de origen variado: desde legiones británicas e irlandesas hasta contingentes provenientes de otros países europeos como la legión hanoveriana, de Norteamérica y del Caribe. Estos grupos actuaron en estrecha colaboración con los insurgentes, suministrando armamento, entrenando tropas y, en ocasiones, participando activamente en la dirección de batallas que fueron clave.
    La función de los mercenarios, según Ricaurte, iba más allá de la sola asistencia militar y armamentística. Estos grupos se integraban en un entramado más amplio de cooperación internacional en el que convergían intereses económicos, políticos y estratégicos. Su presencia evidenció que la guerra de Independencia se desarrolló en un escenario transnacional, donde las fronteras del Estado eran permeables a la influencia de actores externos.
    Además, la contratación de mercenarios permitió a los insurgentes sortear ciertas limitaciones propias de las milicias locales, dotándolos de una capacidad de combate más profesional y alineada con las tácticas militares europeas de la época. Este fenómeno contribuyó a nivelar el terreno de juego frente a un ejército español –considerado uno de los más profesionales y disciplinados de su tiempo– y fue crucial para obtener victorias que, de otro modo, podrían haber resultado inalcanzables.


Implicaciones y relevancia de la dimensión internacional

Reinterpretación de la historia emancipadora

La obra del doctor Ricaurte invita a replantear la narrativa tradicional de la Independencia en Hispanoamérica. En lugar de ver el proceso como una serie de revueltas locales y regionales, su investigación propone entenderlo como un fenómeno complejo y multifacético en el que convergen dinámicas internacionales. Esta perspectiva permite reconocer que la independencia no fue solo un acto de liberación de un poder colonial, sino también un proceso en el que las relaciones de poder a escala global –tanto en el ámbito político como en el económico y militar– jugaron un papel determinante.
    El reconocimiento de esta dimensión internacional tiene importantes implicaciones historiográficas. Por un lado, se abre la posibilidad de estudiar la independencia desde una perspectiva comparada, analizando cómo diferentes conflictos emancipadores en América estuvieron interconectados a través de las redes transatlánticas. Por otro lado, permite valorar el papel de actores que, históricamente, han quedado al margen de las narrativas tradicionales, como los capitalistas internacionales y los mercenarios, cuyas contribuciones fueron fundamentales para el éxito del proceso revolucionario.


El legado en la formación del Estado moderno

La influencia de la dimensión internacional no se limita únicamente a la victoria militar, sino que también tuvo repercusiones decisivas en la construcción de los nuevos estados independientes. La financiación extranjera, el comercio y la movilización de recursos militares contribuyeron a establecer las bases de una economía integrada en el sistema capitalista mundial, creó la interdependencia de estos países al capital internacional través de la deuda externa y facilitó la consolidación de instituciones que, en muchos casos, perdurarían hasta la actualidad.
    Asimismo, la participación de actores internacionales en la guerra de Independencia fue una de las razones por las que el conflicto se transformó en un proceso de reconfiguración del orden global. La intervención –directa o indirecta– de potencias extranjeras y capitales internacionales influyó en la manera en que se trazaron las fronteras y se definieron las políticas de desarrollo de las nuevas repúblicas. De este modo, el estudio de Ricaurte subraya que comprender la independencia en Hispanoamérica requiere una mirada que abarque tanto las causas internas como las fuerzas internacionales que intervinieron en el conflicto.


Reflexiones sobre la globalización de los conflictos

Aunque los estudios sobre la Guerra de Independencia se centran en hechos pasados, la reflexión sobre su dimensión internacional es especialmente relevante en el contexto actual de conflictos globalizados. El modelo que describe el doctor Ricaurte –en el que potencias, capitales y actores militares de diferentes nacionalidades convergen para influir en el curso de la historia– encuentra paralelismos en otros conflictos contemporáneos como el de Ucrania, Yemen o Sudán. Así, el análisis de la guerra de Independencia puede servir de precedente para entender cómo en el mundo moderno los conflictos son, en gran medida, fenómenos transnacionales en los que las fronteras nacionales se vuelven difusas ante intereses globales.


A modo de conclusión

El enfoque propuesto por el doctor Ricaurte sobre la dimensión internacional de la Guerra de Independencia transforma la manera en que se ha interpretado históricamente el proceso emancipador. Su investigación evidencia que la lucha por la libertad en Colombia (y en otros países hispanoamericanos) no fue únicamente un conflicto interno, sino el escenario de una compleja interacción entre potencias extranjeras, capitalistas internacionales y grupos mercenarios trasatlánticos.
    Esta visión amplia y multidimensional permite comprender que el éxito de la independencia estuvo en gran medida condicionado por factores y actores externos que, al suministrar financiamiento, armamento y experiencia militar, contribuyeron a sortear las desventajas de las milicias locales y a nivelar el campo de batalla frente al profesionalismo del ejército español. Además, el papel de las redes diplomáticas y comerciales internacionales facilitó la inserción de las nuevas repúblicas en la economía global, marcando el inicio de un proceso de modernización que aún hoy tiene repercusiones en la estructura política y económica de la región.
    Replantear la independencia desde esta perspectiva invita a reconocer la complejidad y la interconexión de los procesos históricos. Se trata de enriquecer la interpretación histórica al incluir la influencia decisiva de actores y dinámicas internacionales. De manera que La dimensión internacional –según el doctor Ricaurte– constituye, en definitiva, un elemento clave para entender cómo se forjaron las naciones hispanoamericanas y cómo estos procesos se conectan con el entramado global de poder, comercio y militarización que define la historia del mundo.
    Esta reflexión, además, resulta útil para abordar problemas contemporáneos, en los cuales los conflictos locales se ven cada vez más influenciados por intereses y dinámicas internacionales. El estudio de la guerra de Independencia, a la luz de estas investigaciones, se convierte así en un ejemplo de cómo la historia de las luchas emancipadoras puede ofrecer lecciones sobre la complejidad de los procesos de cambio en un mundo interconectado.
    La dimensión internacional de la Guerra de Independencia, tal como la expone el doctor Ricaurte, se manifiesta en tres grandes áreas: la intervención y los intereses estratégicos de potencias extranjeras, la movilización y financiamiento de recursos por parte del capitalismo internacional, y la activa participación de mercenarios y actores militares foráneos. Estos elementos, lejos de ser accesorios, constituyen el motor que posibilitó la transformación del orden mundial y la configuración de las nuevas repúblicas. Al reconocer este entramado, se abre la puerta a una historiografía más compleja y completa, en la que el pasado no se entiende de forma aislada, sino que orbita en torno a las dinámicas globales.
    En síntesis, la dimensión internacional es un avance en la historiografía porque permite comprender la independencia de Colombia no como un evento aislado, sino como un proceso complejo, interconectado y parte de la transformación global que caracterizó el cambio del viejo orden al mundo moderno.


Referencias breves

La obra de Ricaurte, disponible en diversas plataformas académicas y editoriales (por ejemplo, en el catálogo de la Editorial ITM y repositorios institucionales) y Amazon, constituye la base principal para profundizar en este análisis. Dichos estudios invitan a continuar la investigación y el debate sobre la trascendencia de la dimensión internacional en los procesos emancipadores de Hispanoamérica.

sábado, 15 de marzo de 2025

La formación del grupo parental y de negocios denominado el consorcio

Ilustración de Gustavo Rico Navarro
Ilustración de Zuláibar de Gustavo Rico
Una de las redes parentales y de negocios de mayor importancia en Antioquia, se configuró en torno a las principales familias de la élite de Medellín. Estos clanes formaron uno de los consorcios comerciales y empresariales más destacados para este periodo, llegando a controlar gran parte del negocio exportador e importador: tenían acciones en la minería, agricultura y el negocio de la colonización –fundación de pueblos y parcelación de tierras– en el norte y sur de Antioquia.

En adelante nos referiremos a este grupo en particular como “el consorcio”, para diferenciarlo de otros circuitos familiares y comerciales formados en la región en esta época y que participaron en las mismas actividades económicas.

El consorcio fue un grupo de gran movilidad geográfica pues tenían a familiares, paisanos y amigos como agentes en las ciudades donde fundaron casas comerciales y tuvieron otras actividades mercantiles, pero también al participar de la colonización de tierras en distintas zonas geográficas. Por ejemplo, gracias al comercio hicieron presencia en urbes como Popayán, Honda, Bogotá, Mompós y Cartagena, esta última que comunicaba con puertos importantes de Atlántico como Sevilla y Cádiz, en España. Igualmente, a través de Kingston, y las Antillas en general, se relacionaron con otros países de Europa para exportar (oro en polvo, tabaco, cacao, etc.) e importar mercancías del extranjero.

Entre las familias más relevantes del consorcio se encuentra la de Miguel María Uribe Vélez, uno de los comerciantes más destacados de la élite de Medellín, vinculado con la actividad minera de finales del XVIII. Su fortuna provenía de las actividades mercantiles y la extracción de oro, llegando a realizar registros de introducciones durante más de 15 años, con un promedio de 3.049 pesos/año.

En 1779 se casó con Josefa María Restrepo Vélez, hija de Vicente Restrepo y Catalina Vélez Guerra, vinculándose así con dos familias pertenecientes a la élite económica de la región: él como minero e introductor y ella como hija del acomodado comerciante asturiano Juan Vélez de Ribero. La pareja dejó una numerosa e interesante descendencia que continuó y amplió su imperio comercial iniciado por las castas que representaban, principalmente los Uribe, Restrepo y Vélez.

Al enviudar Miguel María Uribe se casó nuevamente con María Gertrudis Vélez de la Calle, familiar de su antigua esposa y por tanto perteneciente a la misma élite mencionada que vinculó en una misma casa a tres de los más importantes linajes de finales de siglo, de los cuales hablaron Uribe y Álvarez en relación a las raíces del poder regional: los Vélez de Rivero (Juan Vélez de Rivero), los de la Calle (Francisco Ángel de la Calle) y los Restrepo (Alonso de Restrepo).

Igualmente, a través de sus hijas enlazó a otros integrantes de la élite y sub élite regional como los Gaviria (Eugenio y José Antonio, casados con Teresa y Rosa respectivamente), los Arango (Alberto Arango, casado con Rafaela), los Escobar (José María Escobar, casado con Gertrudis) y los Santamaría (José Antonio Santamaría y Fernández de Salazar, casado con María Francisca), entre otros.

Con esta última familia (Santamaría) cuyo progenitor fue el burgalés Manuel Santamaría, proveniente del valle de Mena, se formó un grupo parental y de negocios de notable importancia en la región. Este clan, junto al Zuláibar, fue el punto de anudamiento desde donde se configuró “el consorcio”, por cuya actuación política son mencionados en esta investigación: representantes del pensamiento realista, anti bolivariano y anti centralista.

Antonio Santamaría había llegado a Medellín a mediados del siglo XVIII, contrayendo en 1759 nupcias con María Josefa de la Calle Sánchez, proveniente de dos familias de la élite ya mencionadas para el caso de los Uribe (los de la Calle y los Vélez, por ser nieta del leonés Juan Pérez de la Calle y de la antioqueña Teresa de Jesús Vélez Toro).

Al quedar viudo contrajo nuevas nupcias con Josefa Isaza Vélez, descendiente por parte paterna del vasco de origen alavés Juan Baptista Isaza Goyeneche y del mismo tronco de los Vélez asturianos, teniendo una interesante descendencia. Los hijos de Santamaría contribuyeron notablemente a ampliar la red familiar, uniéndose en matrimonio con importantes familias de empresarios, mineros y comerciantes antioqueños, y con peninsulares recién llegados para acceder a los privilegios sociales y políticos a los que éstos tenían derecho.

Uno de esos inmigrantes recién llegados a la región fue el vasco José María Zuláibar y Aldape, nacido en un antiguo solar localizado en Zenauri, provincia de Vizcaya, en 1750. Sus padres fueron Francisco Zuláibar Hemaldi y Josepha Antonia Aldape Aldaiaran y sus hermanos María Josefa, Juan Antonio y Francisco.

Esta familia siguiendo la tradición del antiguo sistema de transmisión patrimonial vizcaíno llamado mayorazgo, concedió a María Josefa (la hija mayor) el derecho de heredar el lar paterno. Es así como al casarse ésta con Bartolomé de Rotaeche, en 1775, aportó 50.000 reales en censos y tres casas solariegas en Zenauri, entre ellas la casa armera de los Zuláibar.

Al resto de los vástagos de la familia le tocó asegurarse un futuro por otras vías. Las opciones que tenían los hijos varones normalmente oscilaban entre servir al rey –burocracia o carrera militar–, consagrarse al servicio religioso, casarse con otra heredera, migrar a otra provincia o al Nuevo Mundo para dedicarse a distintas actividades lejos del solar paterno (principalmente los oficios útiles, el comercio y la navegación).

En efecto, uno de los hijos, Juan Antonio, se enroló en la vida religiosa, llegando a detentar el cargo de obispo de Manila, en las islas Filipinas. Por su parte, José María y Francisco se dedicaron a las actividades comerciales, siendo el primero, quien optó por migrar a las costas de Tierra Firme, en específico, a la antigua provincia de Antioquia, una periférica, pero rica región ubicada en el equinoccio americano.

José María arribó en el último veinteno del siglo con la oleada de peninsulares que por esa época hacían presencia en el continente, gran parte de ellos provenientes del norte. Algunos vinieron insertos en cadenas de migración al acudir al llamado de uno de sus parientes ya establecidos, para heredar una propiedad, ejercer alguna actividad económica (comercio u oficios) o por haber sido promovidos por sus redes clientelares para ocupar algún cargo u oficio en la administración indiana. Sin embargo, la mayoría de estos inmigrantes eran jóvenes, desheredados y solteros que venían a probar suerte en el Nuevo Mundo.

Al contraer nupcias el 20 de junio 1784 con Inés, hija de Manuel Santamaría, José María se vinculó con la red parental denominada el “consorcio”. Al igual que su suegro, el vasco incursionó en el negocio de la explotación minera y en las actividades comerciales de la región, convirtiéndose en uno de los grandes introductores de Medellín, aportando un 33% de las mercancías que entraban en la villa. Además, en fechas posteriores llegó a poseer tierras, esclavos y minas en el norte de Antioquia, diversificando sus negocios representados en la acumulación de tierras, actividades comerciales y explotación aurífera.

Zuláibar también se destacó en la política local alcanzando a ocupar importantes cargos en el cabildo y la administración. Por ejemplo, fue diputado durante el mandato del gobernador interino Mon y Velarde. A su vez se desempeñó como administrador de la renta de correos entre 1788 y 1791 y teniente de gobernador en la jurisdicción de Santa Rosa de Osos.

Para ampliar su red parental José María Zuláibar vinculó a sus hijos en alianzas matrimoniales con otras familias de importantes mineros y comerciantes como los Barrientos y los Vásquez, que al igual que los Zuláibar eran colonizadores del norte antioqueño (valle de los Osos). Uno de los primeros enlaces realizados fue el de su hija Mercedes Zuláibar que contrajo nupcias en 1806 con el santarroseño Manuel Barrientos, reconocido empresario agrícola y minero cuyo abuelo era el gaditano, Fernando Antonio Barrientos, migrado a la provincia a mediados del siglo XVIII.

Los hermanos Barrientos, Manuel Salvador, Pedro y Francisco Javier, tenían propiedades de tierras en el norte recibidas en herencia por parte de su padre Joaquín Barrientos y otras adquiridas al participar en la fundación del municipio de Angostura, en los terrenos que pertenecieron al minero Miguel Restrepo. A su vez, la familia Barrientos se vinculó por vía de los negocios y relaciones de parentesco con los hermanos Pedro Luis y Julián Vásquez Calle, terratenientes en los alrededores de Santa Rosa y Angostura.

Manuel Salvador Barrientos figura también como propietario de minerales al occidente y norte de Antioquia (paraje Cucurucho y mina de San Lorenzo, respectivamente). Después de la muerte de Barrientos esta mina fue conocida como “la acequia de Doña Mercedes Zuláibar” puesto que su esposa continuó sosteniéndola durante gran parte del siglo XIX.

Las anteriores alianzas evidenciaron el carácter endogámico de las élites de la villa de Medellín de finales del siglo XVIII y principios del XIX, donde gran parte de las élites comerciantes y mineras estaban vinculadas por medio de lazos familiares y empresariales. A ellas les sumamos otros linajes europeos que, una vez migraron, se integraron a las oligarquías locales: Francisco Rodríguez Obeso, Juan José Callejas, Juan Carrasquilla, José María de Aránzazu y Juan Bautista Barreneche. Además de otros comerciantes criollos como Mateo Molina, Francisco López de Hurtado, José Antonio Mora, José María Isaza y Miguel Jerónimo Posada.

En otras ciudades como Rionegro y Santafé de Antioquia existieron otros clanes relacionados con el comercio y la minería. Así se configuraron diferentes grupos de élites que más que competir entre ellos por el control de la economía de la región, abrieron otros espacios y mercados como el conformado en el occidente. Grupo que, además, como se verá más adelante, incursionó decididamente en la política de la Primera República.

Extracto tomado del libro "Hasta los gallinazos tienen rey".

viernes, 14 de marzo de 2025

Hispanoamérica: una mirada crítica entre el neo-hispanismo ideológico y el hispanismo académico

El hispanismo apoyado en la filología, historia y otras disciplinas sociales se había constituido en una corriente de gran relevancia, desarrollo y aceptación en el ámbito académico y universitario. Ello gracias a la elaboración seria, concienzuda y fundamentada de muchos estudiosos que llevaron el rigor académico, el compromiso intelectual y la profesionalidad hasta lo más alto de sus investigaciones.

Hoy para nadie es un secreto que el hispanismo dejó de ser una corriente de desarrollo exclusivo de los especialistas sociales, para pasar a un sector más amplio dominado por los divulgadores de contenido, aunque también aparecen algunos académicos de diversas especialidades que hacen, escriben y opinan sobre esta corriente, en particular sobre la historia.

Se trata de una ola de hispanistas que se subieron al tren cuando la obra Imperiofobia y leyenda negra de Roca Barea tuvo gran éxito en los países de habla hispana. Por solo nombrar algunos en el ámbito hispanoamericano aparecen apellidos tan activos, sonados y publicitados como Gullo, Lons, Zunzunegi y Aita.

Lo cierto es que este discurso tomó fuerza en una especie de neo hispanismo masivo y democrático, en medio de las celebraciones del segundo centenario de las Independencias, en el que, ya de una manera más digerible y menos academicista, decenas de divulgadores se dieron a la tarea bajar al público lego muchas de las teorías expuestas por los especialistas.

Esto, sin duda, catapultó el hispanismo a niveles jamás antes vistos, gracias al papel que jugaron las redes sociales en la difusión de este tipo de temáticas. Sin embargo, muchas de estas narrativas y obras carecían de rigor académico, no aportaba a la reflexión crítica y no tenía una adecuada atención y citación de las fuentes empíricas y bibliográficas.

Este último punto es muy importante puesto que, por las dinámicas mismas de la comunicación en las redes sociales y la naturaleza de esta neo-corriente, no se tuvo una posición clara frente al plagio de ideas, no se aportó al estado de la cuestión (en concreto a la historiografía) y no se tuvo un compromiso frente a los principios de rigurosidad, veracidad, objetividad y contrastación de datos.

Otra de las críticas personales a la neo corriente es la implantación rápida y masiva de ideas, algunas generalizadas y no tan precisas en un mundo tan amplio y diverso como lo es la hispanidad. Por ejemplo, quedó la sensación de que la hispanidad nació en Argentina en la década de 1920 como respuesta a la reivindicación étnico-cultural de los italo-estadounidense, cuando se apropiaron y dieron forma al Columbus Day. Se supone que, a partir de allí, a modo de imitación, la mayoría de los gobiernos hispanoamericanos instauraron este día (12 de octubre) como el Día de la Raza, siendo pionero el país austral en 1917, seguido por Venezuela y Colombia en 1921, Chile en 1922 y México en 1928.

Otro supuesto habla de que, a partir de allí, algunos intelectuales, entre ellos el padre Vizcarra, reflexionaron sobre el término hispanidad y lo que representaba el Día de la Raza. Idea que fue reforzada por otros filósofos y escritores como Maeztu, Gomá, García Morente, Basterra y Pemán. De ahí nació, según muchos teóricos, entre ellos el jurista Miguel Ayuso, el constructo que todos llaman hoy hispanidad, al menos como sustantivo propio.

Lo cierto es que esta coyuntura y este contexto particular representan solo un sector y desarrollo del hispanismo, aquel defensor de una idea nacionalista y europeísta de la hispanidad. Por ello la importancia de diferenciar este movimiento con el hispanismo americano decimonónico: aquel nostálgico de la España que se fue tras los procesos de Independencia y que se manifestó en intelectuales de la talla de Rubén Darío, José María Vergara y Vergara, José Eustaquio Palacios, Miguel Antonio Caro, Tomás Carrasquilla, José Vasconcelos, José Elguero Videgaray y Enrique de Olavarría y Ferrari, entre otros.

De otro lado, el hispanismo emergente a partir del 2016 no posibilitó el avance de los estudios literarios, filosóficos e históricos, al ser parte de una corriente poco original, que nació como copia de pioneros que ya habían alertado, por ejemplo, sobre la Leyenda Negra, como es el caso de Julián Juderías (1917). En especial, dado que este campo estaba condicionado o apalancado por las redes sociales y las dinámicas propias de la comunicación actual; es decir, la brevedad, la inmediatez, la actualización de contenido, la viralización y la monetización.

Todo ello abrió una brecha entre el hispanismo académico y la neo hispanofilia, la cual ya había sido identificada en la crisis que sufrió esta corriente (el hispanismo) en la década de 1980, en campos como la filología, los estudios literarios y la historia. Esta reflexión crítica puntual fue muy positiva para muchas de las disciplinas sociales en las que se apoyó; por ejemplo, de allí nació un periodo de renovación historiográfica que produjo cosas interesantes y, aunque estos trabajos no fueron hegemónicos, si lograron hacer frente a la publicidad de la Leyenda Negra a vísperas del quinto centenario.

Actualmente el hispanismo ha entrado en una fase de incertidumbre que no solo desdibuja lo ya avanzado en historiografía, sino que también pone en crisis la corriente misma, en particular, porque se le acusa de intentar reescribir la historia para cumplir con su propósito principal, combatir la Leyenda Negra. Del mismo modo se corre el riesgo de estar alimentando un hispanismo inconexo con la tradición académica, el ejercicio crítico y el rigor científico.

Lo cierto es que el neo-hispanismo ha planteado un reto para el hispanismo académico, al tener que competir con una corriente que tiene un frágil régimen epistemológico, una narrativa problemática y una deriva historiográfica; en particular, al convertirse en propaganda a la inversa, paradójicamente lo que tanto intentó combatir. Por esto se hace necesario abordar reflexivamente este fenómeno y aprovechar esta crisis para replantear metodológicamente una estrategia que vuelva a posicionar el hispanismo como una corriente seria, respetada y de gran desarrollo en el mundo.

jueves, 10 de octubre de 2024

Cuento: De la Isla a la Montaña Esmeralda

Al amanecer del 30 de enero de 1819 el buque Indian, bajo el mando del irlandés Cnel. Skeenen, naufragó en Francia con 780 aventureros embarcados en Dublín, Cork y Galway, contratados como auxiliares para luchar en las guerras de independencia suramericanas. Se trata de un momento dramático, donde los sobrevivientes intentan salvar sus vidas y lo que queda de su carga y pertenencias.

De quienes se salvaron, la mayoría desertó. Solo una porción decidió enrolarse nuevamente en el ejército expedicionario. Muchos marcharon convencidos de que luchaban por una causa justa, contra el absolutismo monárquico; otros vieron en los hechos una mala señal de lo que les esperaría en tierras lejanas, peleando una guerra ajena, según dicen, promovida por políticos y capitalistas del Parliament, en clara alusión a la casa Mackintosh que armó algunos de estos ejércitos privados.

John O’Brien, oriundo de Wicklow, es uno de los decididos a marchar pues la paga prometida en la oficina de reclutamiento le permitiría enviar dinero a su familia. Aunque también fantaseaba con lograr un ascenso militar; casarse, hacer fortuna en las minas de oro, tener un negocio, cultivar la tierra o hacerse con una propiedad. Especialmente, quería encontrar aventuras y por eso se enlistó en otra expedición rumbo a Tierra Firme: se trata de un ejército de legionarios, bien apertrechados y armados (con cuadros de caballería, infantería, rifles y naves artilladas).

En su diario narró día a día los periplos por los que pasó en ésta, su aventura americana, en su orden: desembarco a Guyana, reparto en compañías, cruce del Orinoco, integración a la Legión Irlandesa, campaña de Riohacha, deserción de la Legión, campaña del Sur, batalla de Bomboná y Ayacucho, licencia, carta de retiro y de naturaleza, y su último capítulo titulado La Montaña Esmeralda.

Podríamos hablar de las aventuras y actuación de un oficial irlandés en la Independencia suramericana; de sus compañeros caídos, los motivos de insubordinación de la Legión Irlandesa y su traslado a las Antillas y Canadá; de quiénes continuaron luchando, de cómo integró los batallones Albión y Rifles. ¡En fin! Ello daría para una historia voluminosa, concienzuda y densa, aunque corta comparada con su precario, íntimo y modesto diario. En vez, iniciaremos por el final del relato, explicando cómo y por qué se quedó para siempre en la Montaña Esmeralda.

Todo comenzó en Ayacucho cuando se le acercó un joven antioqueño herido, empeñado en no despedirse de este mundo hasta tener el último adiós de su madre y una cristiana sepultura. Ante su insistencia, y para que pudiese descansar en paz, el compasivo irlandés prometió enviar a su madre, doña María Aristizábal, la encomienda: una melancólica carta, monedas de oro y una figurita de la virgen de la Candelaria.

El acto le recordaba a muchos de sus paisanos que vio caer en batalla. Sus familiares no recibirían noticias pues la mayoría serían quemados y enterrados en fosas. Y aunque no sabía dónde quedaba Antioquia y cuánto tendría que cabalgar para llegar hasta allí, emprendió la marcha aprovechando el retorno del Batallón Rifles al Norte. Pasó la cordillera, se embarcó en Guayaquil e hizo el trayecto hasta Panamá donde atravesó el corazón de la selva del Darién, cruzó el Atrato y se internó hasta lo profundo de la provincia pasando por Urrao, Betulia, Bolombolo, Titiribí y Medellín.

En esta última, un ingeniero irlandés, O´Fallan, le ofreció trabajo en las minas de Marmato y Supía, en la Western Andes Mining Company Ltd. (sur de Antioquia). En este lugar laboró hasta que conoció a Luisa Arenas, se casó, tuvo dilatada descendencia y se fue a vivir a Medellín. En 1830 conoció a Tyrell Moore y se fue a trabajar con el minero y empresario en el Norte de Antioquia: Santa Rosa, Anorí y Amalfi.

Sobre si cumplió su promesa de entregar la carta, oro y virgencita de la Candelaria tallada, se puede decir que por mucho tiempo intentó buscar a la angustiada madre, basado en los rasgos físicos, nombre, apellido y dirección, pero nadie supo dar razón de ella. En 1833, cuando estaba a punto de desistir, escuchó de un arriero la desgarradora historia de una anciana de Santa Rosa que había perdido a su hijo menor en la guerra del Sur.

Él había oído el relato personalmente del científico Boussingault que pasó por Rionegro, Medellín y Santa Rosa una década atrás y se hospedó en la casa de doña María. Decía el arriero: —Ella le preguntaba insistentemente por la suerte de su hijo, pidiéndole llevarle una bolsa de granos de oro; pero el francés sabía que todo el batallón de antioqueños había ofrendado su vida en las campañas del Sur.

El arriero le proporcionó la información para encontrar a doña María, quien se había mudado a Medellín hace algunos años. Inmediatamente, O’Brien fue en su búsqueda, siendo el encuentro muy especial. Además de entregar el encargo, dio la ubicación del cementerio donde pagó para darle cristiana sepultura al joven, incluso los acompañó hasta el Perú a recuperar sus restos mortales y traerlos a casa.

Muy pronto se extendió por la región la historia del oficial irlandés que cruzó los Andes para cumplir la promesa de un moribundo soldado antioqueño. Ello, indubitablemente, borró la imagen negativa que pesaba sobre los irlandeses luego de que el funesto Ruper Hand, que estaba bajo el mando de sus paisanos: Gral. O´Leary, Cnel. Fergusson y cap. O´Caw, diera muerte al prócer de Antioquia José María Córdova.

Si preguntan por qué un irlandés llamó al último capítulo de su diario Vida en la Montaña Esmeralda, se debió a que, como todos saben, ambos territorios compiten en belleza, magia y verdor. Lo cierto es que O’Brien amó a su nueva familia y patria de acogida (Antioquia), tanto como la que dejó atrás, su natal Irlanda.

Autor: John Alejandro Ricaurte

domingo, 11 de agosto de 2024

Año 211 de la Independencia de Antioquia, apuntes del libro Hasta los gallinazos tienen rey

En 1813 se produjo un giro inesperado en el debate político al derivar la soberanía regia –depositada momentáneamente en el pueblo– en un proyecto autonomista. Ello significaba que, por primera vez desde su fundación, la provincia no estaría supeditada a un gobierno monárquico. Sin duda un hecho dramático, dado que si algo había caracterizado a los españoles de este lado del Atlántico era su vínculo histórico y cultural con el mundo hispánico, sobre el cual se edificó su propia civilización, orígenes y sistema de valores.
    En Antioquia los lazos de unión con la Península eran notorios, especialmente, por los vínculos de sangre existentes, pues por 150 años consecutivos una buena parte de los antioqueños acogieron en su interior las últimas oleadas de españoles emigrados al Nuevo Mundo[1]. Por consiguiente, a vísperas de la Independencia al interior de las principales familias locales había algún peninsular: padres, tíos, abuelos, cuñados, yernos, etc. A parte de ello, también estaban integrados a sus círculos sociales, de poder y de negocios, en tanto que esta había sido la estrategia de las élites regionales, especialmente durante el régimen borbónico, para preservar el control económico y político[2].
    Por ejemplo, en la época, el gran comercio provincial estaba repartido en partes iguales entre peninsulares y criollos. Así lo señalan Uribe y Álvarez al encontrar que la élite pre-independentista antioqueña estaba constituida por 20 agentes: “10 españoles de nacimiento y 10 de origen criollo, provenientes de los principales poblados; todos vinculados con la actividad mercantil especulativa, en torno a la cual se desarrolla la economía provincial”[3]. (Ver tabla)

Tabla. Élite comercial pre-independentista antioqueña


    De manera que en la región los españoles europeos eran considerados como una parte esencial de la sociedad, por tal motivo, no se puede atribuir a los odios y desavenencias entre peninsulares y criollos como catalizadores del proyecto autonomista de 1813. Esto dado que este colectivo estaba plenamente integrado en la población local como familiares, colegas, socios y amigos.
    En este contexto, los peninsulares ayudaron a constituir una élite solidaria y cohesionada, vinculada por fuertes lazos parentales y económicos que operaron más allá de los intereses y convicciones políticas. Estos valores fueron traspasados en la cotidianidad al resto de la sociedad, lo cual favoreció el desarrollo de prácticas asociadas a la autoprotección, solidaridad, amortización de riesgos y solución de conflictos por medio del consenso, mediación y negociación.

La singularidad antioqueña durante el movimiento juntista y constitucional

    El proceso de independencia de Antioquia presentó grandes diferencias en relación con otros modelos paralelos en Hispanoamérica, caracterizado por la neutralización de la violencia a través de las estrategias de mediación y negociación. A partir de la irregularidad política ocasionada por el vacío del poder regio, contrario a lo que sucedió en otros territorios como Caracas, Quito, Santafé de Bogotá y Cartagena, en esta región la transición entre gobiernos –monárquico y republicano– se desarrolló sin mayores trastornos. No se observa la presencia de disturbios o alteraciones del orden público y tampoco se depusieron las autoridades virreinales. Por el contrario, la discusión y toma de decisiones a partir de 1810 fue convocada, organizada y presidida por el gobernador Francisco de Ayala, panameño y representante del rey en la provincia.
    Otra particularidad del movimiento juntista y constitucional antioqueño fue la ausencia en sus ciudades y villas de extremistas liberales o agitadores que pudieran incidir categóricamente en la transición de gobierno. Aspectos como la vocación al trabajo minero y labores agrícolas de sus habitantes, propios de una sociedad de pequeños propietarios, básicamente rural y dispersa, sumados a la escasez de instituciones educativas y el aislamiento geográfico, incidieron en la escasa circulación de ideas ilustradas, material prohibido y en la radicalización de la población.
    De igual forma fue minúscula la presencia de extranjeros, por lo que no pudieron influir en la trasmisión de ideas ajenas y contrarias a las implantadas por el régimen monárquico español. Además, las continuas prohibiciones, restricciones y expulsiones efectuadas por la corona impidieron la presencia masiva de foráneos en sus dominios. Por ello, los pocos individuos de esta condición presentes en Antioquia en el siglo XIX[4], cumplían los requisitos legales para avecindarse: ser católicos, declararse súbditos del rey español y ejercer “oficios mecánicos útiles a la república”[5].
    En el caso de las élites políticas y económicas, de las cuales se supone tenían mayor contacto con Europa, es posible observar que tampoco fueron impulsoras de las ideas radicales que circulaban a ambos lados del Atlántico. A esto se refirió José Manuel Restrepo, quien llamó la atención sobre el exiguo nivel cultural y educativo en que se hallaba sumida la provincia, acusando las causas de este atraso a la carencia de instituciones educativas, la escasa circulación de libros y la minúscula presencia de un personal instruido:
Los establecimientos públicos de instrucción eran reducidos… las familias más ricas solían enviar a los colegios de Santafé (Bogotá) alguno de sus hijos a recibir la instrucción con el fin de seguir la carrera eclesiástica y que disfrutaran de las capellanías de la familia… Los libros de toda especie eran rarísimos; los jóvenes que volvían de los colegios de Santafé traían algunos in folio en latín, que les habían servido para sus estudios… un Ejército Cotidiano o un Ramillete de Divinas Flores, eran estimados como un tesoro en las familias que tenían la dicha de poseerlos; los sujetos más adelantados solían tener alguna obra de la literatura española[6].
    Adicionalmente, antes de 1813 no se conoce la acción de las nuevas formas de sociabilidad que se estaban extendiendo por América desde finales del siglo XVIII: tertulias, sociedades masónicas, de amigos del país, de lectura o recreativas a las que se puedan asociar elementos de expresión característicos de la modernidad. Así lo confirma Renán Silva en su estudio sobre la cultura ilustrada neogranadina al preguntarse por la extensión de este tipo de instituciones en el territorio:
…la pregunta sobre su extensión en el caso de Nueva Granada, pues su carácter minoritario, reducido aun dentro de las élites sociales, parece un hecho confirmado. Es por ejemplo notable que la correspondencia de los naturalistas de Popayán nunca mencione este tipo de “asociaciones literarias”, como no se mencionan sino tardíamente para Cartagena y, por lo que conocemos, en ningún caso se mencionan para la ciudad de Mompóx ni para la provincia de Antioquia[7].
    De manera que no se hallan en la primera década del siglo elementos sediciosos, ni aficionados a las ideas francesas o liberales en forma tal que pudieran desestabilizar o ser una amenaza para la soberanía hispánica del territorio. Por el contrario, la Ilustración irrumpió en la provincia bajo el filtro español, por la vía de los mismos peninsulares súbditos del rey que formaron parte de las élites comerciales. Es el caso de José María Zuláibar, de quien se decía que fue “el peninsular más ilustrado que vino a establecerse en la antigua provincia de Antioquia”[8], quien además mantuvo su fidelidad intacta al monarca y la nación española en los momentos en que su soberanía estuvo amenazada.
    En consecuencia, el grupo que participó en el proyecto independentista fue reducido y heterogéneo si lo comparamos con otros proyectos paralelos formados en ciudades como Cartagena y Caracas. Algunos de los constituyentes antioqueños contaban con estudios previos como los abogados Juan de Dios Morales, José María Montoya, José María Ortiz, Manuel Martínez, José Manuel Restrepo, José Antonio Gómez, José Antonio Pardo, y los religiosos Lucio Villa y Manuel José Bernal, quienes por sus conocimientos y preparación fueron invitados a apoyar las juntas de gobierno. Incluso en las primeras juntas y procesos constitucionales participaron europeos como Juan de Carrasquilla, evidenciando que éste proceso no fue exclusivo de las élites criollas y que muchos de ellos estaban emparentados con peninsulares.
    Los representantes del proceso juntista y constitucional antioqueño, entre 1811 y 1815, además compartían entre sí vínculos familiares y mercantiles, formando parte de las élites económicas y políticas de la provincia. Así, el presbítero José María de la Calle e Isidro Peláez, tenían vínculos con la tierra. El primero se dedicaba a la agricultura, las concesiones de tierra y participó en la fundación de Amaga, mientras que el segundo fue propietario de tierras y productor de maíz.
    Por otro lado, individuos como Manuel Martínez, José María Ortiz y José Manuel Restrepo habían incursionado en la minería y comercio. Además de ello, estaban emparentados con las élites regionales como José María Montoya y Pantaleón Arango, quienes tenían vínculos con grupos mercantiles y Lucio Villa quien tenía relación con el sector minero[9].
    En síntesis, las relaciones existentes entre europeos y criollos al interior de las élites antioqueñas fueron claves para marcar la diferencia frente a otros procesos políticos que por la época se desarrollaron en otras latitudes de América. Evidencia de esto fue la singularidad de un conflicto entre republicanos y realistas no marcado por la violencia y eliminación del contrario, sino por la negociación política, la interpretación laxa de las normas y las prácticas de indulto y perdón.
    En este sentido, por lo general, el deseo de implantar un proyecto político determinado, más que pretender la eliminación física del adversario –que podrían ser familiares, socios o paisanos–, buscó la mediación como estrategia para incorporar a sus antagonistas ideológicos y políticos, ya sea dentro del cuerpo de la nación española o por fuera de ella al participar de la creación de la nueva república.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Los indios realistas en Antioquia, parte 3 (última)

Los indios, las armas y el reclutamiento militar (forzado y voluntario) en Antioquia

Para la creación de un ejército capaz de defender la nueva Constitución, el Estado Soberano de Antioquia, a través del Reglamento de Milicias de 1812, normativizó el servicio militar para todos los indios que fueran tributarios y solteros: diez años en tiempos de paz o seis en caso de guerra. En 1813, valiéndose de este mecanismo, el presidente-dictador Juan del Corral, enroló a centenares de indios y pardos de la provincia para formar la 2ª y 3ª compañía de milicias[1] . Por si fuera poco, ordenó a los aborigenes de Sabanalarga la defensa de la frontera chocoana, que estaba bajo la amenaza realista y formó con los de Cañasgordas la Compañía Sagitarios del Estado, comandada por su gobernador, a quien se le asignó un sueldo y jerarquía militar.

Aunque la medida era nueva e injusta, los nativos aceptaron el llamado a las filas para no ser tratados como enemigos de la República, apátridas o renegados. Por ello, el cabildo de El Peñol manifestó: “en lo sucesivo cumpliremos con nuestro estado antiguo, como leales vasallos de nuestro soberano rindiendo en su defensa si necesario fuere nuestra vida bajo de disciplina militar”, no obstante, nadie lo expresó mejor que los indios de Buriticá, al decir:

…ofrecemos ejercer todas las funciones de ciudadanos y Patriotas, no rehusando ninguna expedición que se proyecte, pues para ser útiles en este caso nos prestamos voluntariamente a sufrir la disciplina militar, pues para su instrucción pedimos a cabo, que nos enseñe el manejo de armas[2] .

Además de la obligación militar, se dictaminó el servicio civil indígena para la construcción de vías y fortificación de puntos estratégicos. Ambas cosas ocasionaron la disminución de la población joven en los pueblos de indios y por ello fueron frecuentes las quejas al considerar que las medidas iban en perjuicio de su comunidad. Por ejemplo, en julio de 1816, durante el gobierno restaurador encabezado por el coronel Francisco Warleta, los resguardos de Sabaletas, Buriticá, La Estrella y Santa Bárbara solicitaron la exención del deber de trabajar en la construcción de los caminos de la provincia[3] .

A su vez, pidieron la restitución del sistema antiguo, lo que indubitablemente ocasionó que muchos pueblos aborigenes abrazaran nuevamente la monarquía tal como se observa en las contribuciones que hicieron a la Corona en hombres, alimentos, ropa y alojamiento a las tropas que ocasionalmente ocuparon su territorio[4] . Sobre esto, se ha señalado el temor del régimen republicano a que comunidades como las de Buriticá y El Peñol se enrolaran voluntariamente en la milicia real a causa de lo impopular que había resultado la aplicación de medidas como la abolición del tributo y los cabildos[5] .

Quizás ello llevó a muchos indígenas a tomar las armas y apoyar las operaciones contrainsurgentes adelantadas en Antioquia. En abril de 1816 el coronel Warleta informó desde su cuartel en Rionegro sobre la inclinación por el Rey que tenían los habitantes del Nare por participar contra “las fuerzas rebeldes, que se hallaban en dicho punto y estrechura de Carare”[6] . A su vez, el 25 de agosto de 1819, el coronel revolucionario José María Córdova en su arribo al Nare encontró y capturó una guarnición realista (76 prisioneros) formada por individuos de todos los colores: indios, mestizos, negros y blancos[7] .

Del mismo modo los indios del resguardo de Sabaletas, cuando llegó el gobierno restaurador de Warleta a la provincia de Antioquia, realizaron acciones antirevulucionarias y evitaron la fuga de los comprometidos con el gobierno insurgente. Bárbara Tanco, esposa del presidente Dionisio Sánchez de Tejada, quien también había huido, afirmó que alrededor de “30 granadinos no se había atrevido a pasar por el pueblo de Zabaletas, donde unos pocos indios incitados, según se dijo, por el cura Duque, se opusieron a su pasaje”[8] .

En el sur de la provincia, en los límites con el Cauca fue constante el enrolamiento voluntario y masivo de indígenas en los ejércitos del rey. Simón Muñoz, un guerrillero del Patía que llegó a detentar el cargo de teniente coronel, tomó la villa de Anserma con una partida de realistas, dentro de los que se enrolaron algunos indios. De esta forma, se unió el sur de Antioquia con las huestes del coronel Sebastián de la Calzada[9] . Éste último jefe realista tenía más de dos mil hombres bajo su mando, de los cuales, al menos la mitad, eran indios de los alrededores de Popayán y Pasto enviados por el obispo Salvador Jiménez de Enciso[10] .

Los hombres de Calzada realizaron varias operaciones militares en Antioquia, siguiendo la orden del virrey Sámano de ocupar la región y unirla con las provincias del Cauca y Cartagena. Por ejemplo, envió tropas sobre Zaragoza con el fin de apoyar las fuerzas de Warleta y las guerrillas que actuaban en el norte (las de Zuláibar, Larruz y Arias) en las que también había indígenas enrolados. Sin embargo, fueron enfrentados cerca del brazo de la Mojana, que comunica los ríos Cauca y San Jorge, acción en la que fueron capturados y pasados por las armas los oficiales del ejército real José Guerrero Cabero y Carlos Ferrer, además de 60 soldados pertenecientes a la tropa llana[11] .

Pese a este fracaso, Calzada llegó a reclutar un regimiento de 3.700 hombres, la mayoría indios y negros del Cauca, Popayán y Pasto. Estos fueron los encargados de mantener la hegemonía realista en el sur del virreinato. Incluso planearon la toma de Santa Fe de Bogotá, aprovechando que todos los rebeldes se encontraban en dirección a Cartagena.

En Riosucio, cuando los revolucionarios retomaron la provincia de Antioquia (finales de 1819), muchos realistas tuvieron que pasar a “Popayán por la Vega de Supía con el ánimo de hacer resistencia”. Allí se instalaron los españoles Hermenegildo y Miguel Mendiburt y formaron una guerrilla a la que se unieron milicianos procedentes del antiguo resguardo indígena de La Montaña[12] .

En caso contrario, en provincias como Chocó, Antioquia y Panamá algunos indios no incorporados apoyaron las huestes republicanas con hombres, víveres y vituallas. Es el caso de los kuna que hostigaron a los españoles y apoyaron a los revolucionarios para mantener su libre comercio, en particular con los ingleses[13] . Al punto que, por su asistencia y servicios prestados al capitán Juan María Gómez en la toma del Chocó, el coronel José María Córdova, en noviembre de 1819, les donó la bandera republicana y les dedicó un emotivo discurso:

…os ofrezco la bandera como una señal de unión y estrecha amistad que los granadinos y venezolanos libres contraen con los valerosos cunas. Esta unión debe ser eterna e inviolable. Vosotros habéis nacido en la América y nosotros también, de tal suerte que somos hermanos. Vosotros sois enemigos de los españoles, y del otro lado del mar vinieron a esclavizaros y a quitaros los frutos de vuestras sementeras y los productos de nuestra caza y nuestra pesca. …Así el exterminio de los españoles como enemigos implacables de los americanos es el interés de los parientes cunas y el nuestro. Hacedles cuanto mal podáis si invaden nuestro territorio o quisieren subir de nuevo al Atrato. Uníos con los republicanos que son vuestros hermanos y amigos, que siempre os protegerán y jamás pensarán como el español en hacerlos esclavos. Si algunos de nuestros soldados o de nuestro partido llegan a vuestras habitaciones, socorredle, tratadle como amigo y dadle las noticias que necesitase. Nosotros ejecutaremos lo mismo y siempre seremos los más íntimos amigos de las cunas[14] .

A parte de lo anterior, se sabe que en enero de 1820, los indios del Citará apoyaron con pólvora, hombres y pertrechos la toma republicana del sitio de Murrí[15] . De esta forma, las selvas occidentales chocoanas, del Urabá y el Darién, y en particular la navegación del río Atrato, se convirtieron en sitios hostiles e infranqueables para los ejércitos fieles al rey español.

También, la República continuó con la campaña de levas (forzadas) indias, contando con la reprobación y resistencia de estas comunidades y familias. El 20 de agosto de 1820, Josefa y Nepomuceno Moreno, indios del pueblo de Sabanalarga, pidieron que su hermano José María fuera exento de la milicia, alegando la necesidad de brazos para su sustento económico[16] . Bajo la misma línea, la india Mercedes Vélez, pidió al protector de naturales eximir a uno de sus hijos del servicio dado que era viuda y anciana[17] .

Nuevamente en 1821 el corregidor de La Estrella, cercano a Medellín, solicitó la dispensa del servicio militar a todos los indios tributarios que habitaban en el antiguo resguardo. La razón que expuso fue que este pueblo se estaba quedando sin brazos para su sobrevivencia, alegando que recientemente habían reclutado 12 indios y tan solo quedaban 130 individuos hábiles en toda la comunidad[18] .

No cabe duda que el reclutamiento forzado, la abolición de los resguardos, la enajenación de las propiedades comunales y la crisis económica producto de la guerra produjeron un descenso demográfico en muchos de los pueblos de indios tributarios: en algunas comunidades la situación fue tan dramática que se vieron condenadas a su extinción, destierro y pérdida de su cultura ancestral.

En síntesis, mientras la lucha liberal y revolucionaria abogó por la abolición de los privilegios colectivos, la eliminación de los sectores tradicionalistas, la supresión de la superstición, la enajenación de sus tierras ancestrales y la extirpación de los arraigos y costumbres populares; el régimen de dominación española hizo lo posible por brindar defensa y bienestar a sus aliados y vasallos indios.

Lo anterior hizo que la mayoría de los indios tributarios tomaran partido y opinión en favor del rey español e hicieran generosos aportes en efectivo, especie, servicios y hombres (fuerza militar y laboral). Después de todo los indígenas de los resguardos eran conscientes y se anticiparon a prever que lo que estaba en juego era la defensa de su sistema de gobierno (tradicional, garantista y pactista), su propia superveniencia, además de su sustento material y espiritual.

Este apartado hace parte del libro ¡Hasta los gallinazos tienen rey! Resistencia contrarrevolucionaria en la provincia española de Antioquia (1813-1830).

En específico del capítulo llamado Desleales, contrabandistas y conspiradores. Estrategias de los antioqueños frente a las redes de centralización del poder (1819-1830).

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[1] Frankly SUÁREZ, Representación y defensa en la Primera República Antioqueña, 1808-1816, Academia Antioqueña de Historia, Medellín 2014, 65.

[2] AHA. Fondo Independencia, t. 822, f. 31r.

[3] AHA. Fondo Independencia, t. 836, ff. 1r - 20r.

[4] Según Salgado en el: “contexto de reconquista hispánica, sectores indígenas apelaron al antiguo régimen y a su estatus colonial para declararse contrarios a la legislación independentista, que les invalidaba sus privilegios como grupo social. Karina SALGADO, op. cit. 37.

[5] Al respecto, Salgado, citando a González en su monografía de historia llamada: “Indios y ciudadanos en Antioquia 1800-1850. Demografía y Sociedad”, indica lo siguiente: “La historiadora Lina González resaltó que esa inconformidad, tanto en El Peñol como en Buriticá, representaba un alto potencial para el posterior alistamiento en el ejército realista, lo que incidía en el temor de las autoridades independentistas”. Ibíd. 36.

[6] El Nare, el río más importante del Altiplano conocido como Valle de San Nicolás, pasó por jurisdicción del pueblo de Indios del Peñol, en un entramado de caminos prehispánicos, diseñados para el intercambio comercial y la trashumancia. El puerto que desemboca al Magdalena se pobló con indios, mestizos y libres que se asentaron en busca de oro. Archivo Histórico de la Nación. Historia t. 19, f. 532 r. y t. 1, f. 553 v.

[7] Orlando MONTOYA y Mauricio RESTREPO, Chorros Blancos y la Independencia de Colombia, Academia Antioqueña de Historia, Medellín, 2020, 308.

[8] José Manuel RESTREPO, Autobiografía…, op. cit. 17.

[9] Mariano TORRENTE. op. cit. 80.

[10] Gustavo GARCÍA, Un obispo de historia, el obispo de Popayán: Don Salvador Ximénez de Enciso, Caja de Ahorros Provincial de Málaga, Málaga, 1961, 218.

[11] Roberto CADAVID, Historia de Antioquia, Argos, Medellín, 1996, 200.

[12] Riosucio se creó a partir de la unión del resguardo indio de La Montaña y el Real de Minas de Quiebralomo. Álvaro GÄRTNER, Guerras civiles en el antiguo Cantón de Supía: relatos de episodios armados acaecidos entre el siglo XVI y el XIX: luchas por las tierras del oro. Editorial Universidad de Caldas, Caldas, 2006, 50.

[13] Heraclio BONILLA (Comp.). Documentos de la Reconquista de Colombia. Transcripciones del Fondo Documental “Pablo Morillo”. Centro Cultural y Educativo Español Los Reyes Católicos-Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2011, 128.

[14] Pilar MORENO DE ÁNGEL, Correspondencia y Documentos del General José María Córdova, Editorial Kelly, Bogotá, 1974, t. 1, 102 y ss.

[15] Ibídem.

[16] AHA. Fondo Independencia, t. 913, ff. 16r-29r.

[17] AHA. Fondo Independencia, t. 918, ff. 270r - 272r.

[18] Ibíd. t. 921, f. 92r.